«Hola, Palestine Nexus ha publicado seis artículos de escritoras y escritores, y de periodistas con sede en Gaza, durante las últimas cuatro semanas. Estas historias tratan sobre cómo los palestinos y palestinas están afrontando el duelo, el desplazamiento y la escasez de agua, cómo es intentar conseguir ayuda en uno de los campos de exterminio de la llamada «Fundación Humanitaria de Gaza» y cómo es experimentar el hambre y la inanición de primera mano.
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«Soy Ghaydaa, una chica palestina que grita al mundo: me muero de hambre»
Fuente: https://palestinenexus.com/articles/im-starving
20 de julio
Escrito por Ghaydaa Kamal Alabadsaa.
Soy Ghaydaa, una chica palestina de Gaza. Ya no escribo para expresarme, sino para gritar. Para decirle al mundo: Nos estamos muriendo de hambre. Nos estamos muriendo.
Escribo estas palabras con el estómago vacío. No he comido nada en tres días. Nada entra en mi boca excepto agua amarga. Ni harina, ni arroz, nada. Ni siquiera tengo un trozo de pan para calmar mi estómago, que me está devorando por dentro. El hambre se ha convertido en una criatura que reside en mis entrañas, consumiéndome lentamente, sin piedad.
No es una metáfora literaria, es una realidad biológica. Lo he vivido cada día durante semanas y no sé si lograré sobrevivir hasta fin de mes.
No es una metáfora literaria, es una realidad biológica. Lo he vivido cada día durante semanas y no sé si lograré sobrevivir hasta fin de mes.
Por las calles de Jan Yunis, camino y veo escenas que la mente no puede imaginar. Jóvenes caen de repente, desmayándose mientras caminan, no porque estén heridos, sino porque sus cuerpos están demacrados. Los ves apoyados contra las paredes para no caer, respirando con dificultad, arrastrando los pies, como si fueran fantasmas de personas que alguna vez estuvieron vivas.
Vi con mis propios ojos a un joven caer al suelo en la calle por el hambre extrema y el agotamiento. Su cabeza golpeó el asfalto. Permaneció tendido en la acera, mientras la gente pasaba a su lado casi acostumbrada a la escena. ¿Quién lo salvará?
En la tienda, en el lugar donde estoy desplazada, la única señal de vida es el sonido de los gemidos. Nadie habla. Nadie ríe. Nadie llora siquiera. El agotamiento ha desgastado nuestras almas antes que nuestros cuerpos. No tenemos energía para llorar.
El hambre ha puesto mi vida en suspenso. Soy estudiante universitaria. Solía estudiar, planificar y soñar. Hoy ni siquiera puedo leer una sola frase. Mis pensamientos están confusos. Mi memoria se ha deteriorado. Lo único que me preocupa es: ¿comeré hoy? ¿viviré hasta mañana?
El hambre ha puesto mi vida en suspenso. Soy estudiante universitaria. Solía estudiar, planificar y soñar. Hoy ni siquiera puedo leer una sola frase. Mis pensamientos están confusos. Mi memoria se ha deteriorado. Lo único que me preocupa es: ¿comeré hoy? ¿viviré hasta mañana?
Todos los caminos que conducen a la ayuda están cerrados. Los propios centros de ayuda son trampas mortales. Los cruces están cerrados. No hay harina. Israel nos está matando de hambre, lenta y dolorosamente. Por un momento me olvidé de las bombas porque tengo mucha hambre.
Sin embargo, el mundo permanece en silencio. ¿Dónde están las Naciones Unidas y la UNRWA? Era nuestro único salvavidas y ahora ya no está. ¿Dónde están los árabes? ¿Dónde está el mundo? ¿Dónde está el llamado orden mundial basado en normas? Las declaraciones enérgicas no nos proporcionan ninguna caloría. Necesitamos comida y agua. Por el amor de Dios, ¿por qué nos están matando de hambre?
¿Saben lo que significa ver a un niño chupándose el dedo por hambre? ¿Ver a una niña llorando porque no encuentra harina? ¿Ver a un joven rebuscando entre montones de basura en busca de restos de comida? Estas no son escenas de un pasado lejano. Esto es Gaza, ahora mismo, mientras escribo estas palabras en un papel.
Soy Ghaydaa y escribo con ira, hambre y desolación. No quiero compasión, quiero que el mundo me escuche y actúe. Quiero que sepan que estamos muriendo porque alguien decidió matarnos, lentamente, dolorosamente. Ese alguien es Israel.
Soy Ghaydaa y escribo con ira, hambre y desolación. No quiero compasión, quiero que el mundo me escuche y actúe. Quiero que sepan que estamos muriendo porque alguien decidió matarnos, lentamente, dolorosamente. Ese alguien es Israel.
Setenta niños han muerto de hambre en los últimos meses, y estos son solo los casos confirmados, y esto es solo el comienzo. Nos están enterrando en la oscuridad y el silencio.
¿Es nuestra sangre más barata que la vuestra? ¿O seré yo, Ghaydaa, solo otro número en la lista? Me da miedo dormir, no porque tema los bombardeos, sino porque temo no despertar. El hambre me está matando. Podría ser mañana o pasado mañana, pero nuestros días están contados. ¿Viviré para volver a escribir?

Un superviviente de las masacres de la GHF revela en primera persona la verdad sobre los «centros de ayuda» israelíes
Mohammed sobrevivió en Gaza a una masacre cuando intentaba conseguir comida
23 de julio
Escrito por Rama Abu Amra. Fotografías del campo de exterminio de la «Fundación Humanitaria de Gaza» tomadas por el protagonista de este testimonio de la masacre, Mohammed Adwan
El domingo 15 de junio de 2025, exactamente a medianoche, Mohammed Adwan, un joven de 25 años recién graduado en Derecho de Gaza, se unió a un grupo de vecinos y amigos y partió desde su casa en el barrio de Tel al-Hawa hacia el centro de ayuda de la denominada Fundación Humanitaria de Gaza (GHF en sus siglas en inglés) en la zona de Netzarim, a unos cinco kilómetros de distancia.
Mohammed fingió entusiasmo ante su familia ante la idea de ir al punto de distribución. Pero por dentro estaba paralizado por el miedo, consciente de que el viaje no era solo un paseo en la oscuridad, sino un coqueteo con la muerte.
El centro de la GHF se encuentra en el corazón de algunas de las zonas más devastadas de la Franja de Gaza. La ruta hacia el punto de distribución está llena de escombros, ya que casi todos los edificios están en ruinas. Mohammed caminó durante tres horas, descalzo y agotado. Cuando llegó al lugar, esperó tres horas más en el frío de la noche, rodeado de miles de personas que rezaban por lo mismo: sobrevivir un día más.
Cuando llegó al lugar, esperó tres horas más en el frío de la noche, rodeado de miles de personas que rezaban por lo mismo: sobrevivir un día más.
Mohammed me contó que los voluntarios locales y las organizaciones humanitarias habían formado equipos cerca de los lugares para ayudar a coordinar una distribución justa y evitar que los ladrones y las bandas armadas robaran a los solicitantes de ayuda en medio del caos. Pero la avalancha de gente era abrumadora y poco podían hacer para mantener el orden.
Mohammed se encontraba en medio de una gran multitud de personas, todas esperando la llegada del camión de ayuda que transportaba harina.
A las 3 de la madrugada se abrieron las puertas del infierno. No había indicaciones ni instrucciones, solo miles de personas que se abalanzaban hacia los camiones con la esperanza de conseguir la mayor cantidad de comida posible para sus familias hambrientas.
Había madres con sus hijos en brazos, ancianos agotados por el cansancio y jóvenes que intentaban mantener el orden. Empujaban y corrían hacia la comida que se había esparcido por el suelo. Era como si la multitud se zambullera, no en el agua, sino en un mar de gente. Mohammed fue testigo de cómo un joven caía a sus pies y moría pisoteado en la estampida. Me dijo que nunca olvidará esa imagen.
Mientras tanto, Mohammed y docenas de personas yacían en el suelo, tratando de avanzar hacia el punto de distribución de harina, mientras se oían disparos en todas direcciones, ahogando temporalmente el sonido de los drones.
Mientras tanto, Mohammed y docenas de personas yacían en el suelo, tratando de avanzar hacia el punto de distribución de harina, mientras se oían disparos en todas direcciones, ahogando temporalmente el sonido de los drones.
Muchas personas fueron alcanzadas por balas perdidas y regresaron a casa no con una bolsa de harina, sino en una bolsa para cadáveres. Aun así, la multitud siguió avanzando, con la esperanza de regresar con algo para saciar el hambre y alimentar a sus familias durante unos días más. La escena se asemejaba a un juego del hambre en el que los fuertes y afortunados sobreviven y los débiles y desafortunados se enfrentan a la muerte por estampida, disparos o proyectiles de tanque. Pero esto no era un juego, era la vida cotidiana. A las 5 de la mañana, Mohammed consiguió recuperar un saco de harina de 25 kilos.
Ahora, Mohammed solo quería salir de allí, pero el viaje no había terminado. Me contó que muchos de los que buscaban ayuda tenían que llevar cuchillos para protegerse, ya que los ladrones y bandidos abundaban en Gaza debido a la política de hambre de Israel.
Mohammed tenía que llevar ese saco de harina de 25 kilos cinco kilómetros hasta un lugar seguro. Estaba en el camino de tierra que llevaba a su barrio cuando dos hombres armados aparecieron de la nada, esperando para tender una emboscada a cualquiera que llevara comida.
Vieron a Mohammed con el saco de harina y le apuntaron con sus armas, exigiéndole que se lo entregara. Pero Mohammed se negó. En una fracción de segundo, al amparo de la oscuridad, desapareció, escapando detrás de los escombros de una casa destruida. Permaneció allí inmóvil durante varios minutos, escuchando los pasos de los saqueadores que lo buscaban, hasta que finalmente decidió correr de nuevo, impulsado por sus últimas fuerzas. Fue un milagro, pero logró salir con vida.
Permaneció allí inmóvil durante varios minutos, escuchando los pasos de los saqueadores que lo buscaban, hasta que finalmente decidió correr de nuevo, impulsado por sus últimas fuerzas. Fue un milagro, pero logró salir con vida.
Cuando llegó a la puerta de su casa, su cuerpo temblaba de agotamiento y miedo. Pero allí estaba, sosteniendo el saco de harina, suficiente sustento para saciar el hambre de su familia durante un poco más de tiempo.


Imagen destacada de esta entrada: Escena del campo de exterminio de la «Fundación Humanitaria de Gaza», que también funciona como centro de ayuda en la zona de Netzarim, 15 de junio de 2025. Crédito de la foto: Mohammed Adwan.
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