Manifestación en Valencia contra los asesinatos masivos de la minoría rohingya, realizada el domingo 17 de septiembre de 2017.
Comunicado
Desde la Koordinadora 12D en Peu de Pau, queremos condenar la limpieza étnica que se está produciendo en Myanmar contra el pueblo de los rohingyas.
Los Rohingya son considerados como la minoría más perseguida en el mundo, son un grupo étnico musulmán que ha vivido durante siglos en Myanmar (antigua Birmania), un país de mayoría budista.
“Los rohingyas han estado en Arakan (actual Rajine) desde tiempos inmemoriales, en concreto desde el siglo XII” Durante el colonialismo británico en La India, hubo mucha migración de trabajadores hacia lo que hoy se conoce como Myanmar desde los actuales territorios de La India y Bangladés. Los británicos administraban Myanmar como una provincia más de La India, de ahí que tal migración se consideró de carácter interno en aquel entonces, aunque dicha migración no fue recibida con agrado por la mayoría de la población nativa de Myanmar. Tras la independencia birmana el nuevo Gobierno consideró la mencionada migración como “ilegal», por ello, no los consideran como uno de los 135 grupos étnicos oficiales del país y rechazan conceder, desde 1982, la ciudadanía a la minoría musulmana Rohingya, lo que les ha convertido en apátridas.
En los últimos años más de 140.000 musulmanes rohingyas han estado viviendo en graves condiciones en campos de refugiados en Myanmar y en muchos otros países, incluyendo Indonesia.
Ya en Marzo de 2017 el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas aprobó la puesta en marcha de una investigación independiente por la persecución y presuntas atrocidades de las que estaban siendo objeto los Rohingya. La resolución de la ONU ya apuntaba a las fuerzas de seguridad y al ejército de Birmania como sospechosos de “detenciones extrajudiciales, ejecuciones sumarias o arbitrarias, desapariciones forzadas, violaciones, torturas y tratamiento inhumano, así como destrucción de la propiedad”
Ante la actual oleada de violencia que se vive en el estado birmano de Rajine, que comenzó el 25 de agosto, ha obligado a escapar a casi 500.000 Rohingya, para refugiarse en Bangladeh, y se calcula que la cifra de fallecidos, tanto asesinados como ahogados, supera las 3.000 personas, a los que se sumarian, los que están atrapados en tierra de nadie, en la frontera del estado de Rakhine y Bangladés.
Según la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, los miembros de los servicios de seguridad de Myanmar y los civiles que trabajan junto al ejército y la policía perpetran violaciones horrendas de los derechos humanos. Homicidios bárbaros de hombres, mujeres, niños y niñas inocentes, violados en grupo por extremistas budistas. Amnistía Internacional, por ejemplo, ha denunciado estas «operaciones de limpieza», que suelen implicar además del cierre de la zona, «con lo que se impide de hecho entrar en ella a las organizaciones humanitarias, los medios de comunicación y los observadores independientes de derechos humanos»
Para el Gobierno birmano, que lidera la premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, estas víctimas no existen. No aparecen en ninguna de sus comunicaciones públicas, aunque sí indican las bajas de los budistas (birmanos puros, dicen), los policías o los militares. El vicepresidente del país, Myint Swe, negó recientemente las acusaciones de violencia y represión. «No hay posibilidad de crímenes contra la humanidad, no hay pruebas de limpieza étnica», zanjó.
¿Qué hace el mundo mientras esto sucede? Nada, no se ha producido ninguna condena por parte del Consejo de Seguridad de la ONU, donde Birmania cuenta con el apoyo de dos miembros permanentes -China y Rusia- que bloquearán cualquier tipo de castigo.
Aunque este viernes ha llegado una condena moral más poderosa que todo eso: la del arzobispo sudafricano y premio Nobel de la Paz Desmond Tutu. Este pone en tela de juicio el papel de la Nobel de la Paz, «Tu irrupción en la vida pública disipó nuestra preocupación por la violencia perpetrada contra los rohingya, pero lo que unos llaman limpieza étnica y otros lento genocidio ha persistido y recientemente se ha acelerado», escribe el arzobispo. «Si el precio político de tu ascenso a la oficina más importante de Birmania es tu silencio, es un precio demasiado alto. Un país que no está en paz consigo mismo, que no reconoce y protege la dignidad y el valor de todo su pueblo, no es un país libre»
Nosotros como comunidad mundial debemos elevar nuestra voz y ayudar a estas personas sitiadas. Y condenar la inacción, el silencio, el doble rasero y la complicidad de la comunidad internacional, que está siendo cómplice por su silencio.
No podemos tolerar más genocidios ni limpiezas étnicas
¡Basta ya de genocidio!